Los Juegos Olímpicos volvían a Alemania 36 años después con el mundo en una situación muy diferente a la de aquella época devastadora bajo el yugo del nazismo. En esa edición se batió el récord de participación, con un total de 7.134 deportistas que representaban a 121 países. Como novedad se introdujo la primera mascota olímpica, Waldi (Éste dato me resultó muy curioso, ya q Yo tengo un hermano -fallecido ya- al q apodaban Waldy, que había nacido un año antes de los JJOO. Yo jamás había oído hablar de ésta mascota).
Waldi era un perro salchicha que instauraría la moda de que cada evento olímpico tuviera su figura identificativa. Era también la primera vez que el balonmano/Handball masculino era considerado olímpico, y se había sustituido el cronometraje manual por el electrónico. La fotofinish permitiría decidir el ganador en los finales apretados. El Estadio Olímpico, un hito de modernidad, lucía un magnífico techo suspendido de lona translúcida de 75.000 metros cuadrados. Todo estaba preparado para asombrar al mundo.
En lo deportivo, destacó el dominio abrumador del finlandés Lasse Viren en las disciplinas de fondo, venciendo en las pruebas de 5.000 y 10.000 metros, está última de una forma épica, batiendo el récord del mundo tras sufrir una caída en mitad de la prueba. En baloncesto, EE. UU. se quedaba por primera vez en su historia sin la medalla de oro olímpica, tras perder de forma agónica y polémica ante la URSS por 51-50, con una canasta en el último segundo de Alexander Belov. Pero el gran protagonista de los Juegos fue Mark Spitz. El nadador norteamericano se subió siete veces a lo más alto del podio, logrando un hito individual inolvidable. Precisamente, un día después de que Spitz lograra su última presea dorada, sucedieron los hechos que conmocionaron al mundo entero.
Waldi era un perro salchicha que instauraría la moda de que cada evento olímpico tuviera su figura identificativa. Era también la primera vez que el balonmano/Handball masculino era considerado olímpico, y se había sustituido el cronometraje manual por el electrónico. La fotofinish permitiría decidir el ganador en los finales apretados. El Estadio Olímpico, un hito de modernidad, lucía un magnífico techo suspendido de lona translúcida de 75.000 metros cuadrados. Todo estaba preparado para asombrar al mundo.
En lo deportivo, destacó el dominio abrumador del finlandés Lasse Viren en las disciplinas de fondo, venciendo en las pruebas de 5.000 y 10.000 metros, está última de una forma épica, batiendo el récord del mundo tras sufrir una caída en mitad de la prueba. En baloncesto, EE. UU. se quedaba por primera vez en su historia sin la medalla de oro olímpica, tras perder de forma agónica y polémica ante la URSS por 51-50, con una canasta en el último segundo de Alexander Belov. Pero el gran protagonista de los Juegos fue Mark Spitz. El nadador norteamericano se subió siete veces a lo más alto del podio, logrando un hito individual inolvidable. Precisamente, un día después de que Spitz lograra su última presea dorada, sucedieron los hechos que conmocionaron al mundo entero.
Todo había sucedido en pocos minutos, cuando la ciudad aún dormía. A las seis de la mañana, el comando se puso en contacto con el jefe de la policía alemana, Manfred Schreiber, exigiendo la liberación de 234 presos palestinos encarcelados en Israel y de otros dos más que estaban presos en Alemania. El plazo para su liberación era de tres horas. Si a las 9 de la mañana los presos no eran liberados, ejecutarían a todos los rehenes. En ese momento comenzó la lucha contrarreloj. Schreiber telefoneó a la primera ministra israelí, Golda Meir, anunciándole lo sucedido y las exigencias de los terroristas. La premier israelí afirmó que sus peticiones eran innegociables, lo que obligaba a Schreiber a alargar lo máximo posible la negociación, ofreciendo incluso una cantidad ilimitada de dinero que los palestinos rechazaron.
La situación era cada vez más tensa y parecía fuera de control por ambas partes.
Finalmente los terroristas exigieron un transporte para El Cairo. Las autoridades fingieron llegar a un acuerdo y, a las 22:10, dos helicópteros transportaron a los asaltantes y a sus rehenes a una base aérea en penumbra próxima a Fürstenfeldbruck, donde un avión Boeing 727 de Lufthansa les estaba esperando. Los secuestradores creyeron que estaban en Riem, el aeropuerto internacional cercano a Múnich. Las autoridades habían planeado un asalto sobre ellos en el aeródromo.
Cinco francotiradores alemanes fueron seleccionados para disparar a los secuestradores. Ninguno tenía una preparación especial en este tipo de acciones y fueron elegidos porque practicaban el tiro de forma competitiva los fines de semana (posteriormente uno de ellos reconocería que no se consideraba un tirador de élite). En los 75 minutos que pasarían antes del fatal desenlace, las autoridades policiales germanas solicitaron tardíamente tanquetas, las cuales tardarían 30 minutos en llegar debido al denso tráfico.
Los helicópteros aterrizaron a las 22:30 en el aeropuerto. A las 23:03, dos terroristas bajaron de los aparatos, caminaron hacia el avión y se volvieron. Seguidamente, otros dos descendieron empujando a dos de los rehenes, quienes llevaban sus manos atadas a la espalda. Viendo que el avión estaba vacío y sabiéndose engañados, los terroristas regresaron precipitadamente hacia los helicópteros. En ese momento el aeropuerto fue súbitamente iluminado con bengalas y focos y las autoridades alemanas dieron la orden de abrir fuego.
Los cinco tiradores emboscados no disponían de radios para coordinar su fuego, y carecían de rifles de precisión y de teleobjetivos o dispositivos de visión nocturna. En el caos que sobrevino, dos secuestradores que estaban cerca de uno de los pilotos fueron eliminados. Otros tres terroristas se parapetaron detrás de los helicópteros, fuera del alcance de las luces, y comenzaron a disparar. Uno de los policías que estaba en la torre de control murió al alcanzarle una de las balas. Los pilotos del helicóptero lograron escapar, no así los rehenes, quienes permanecían atados brazos en alto al techo en el interior del aparato.
A media noche, se exigió a los secuestradores que se rindieran. Cuatro minutos más tarde, uno de los terroristas saltó del primer helicóptero lanzando una granada a su interior, que explotó con cuatro atletas israelíes y un piloto en su interior. Antes de que el fuego de la primera explosión alcanzase el depósito de gasolina del segundo helicóptero, Luttif Afif y otro secuestrador salieron del aparato y comenzaron a disparar a la policía. Éstos respondieron a los disparos, abatiendo a ambos. Los rehenes del segundo helicóptero murieron durante el tiroteo (posteriormente se señalaría que fueron ametrallados por un tercer asaltante). Los tres terroristas restantes fueron capturados.
Sorprendentemente, la competición olímpica sólo se aplazó un día, a pesar de las numerosas voces que desde todo el mundo pedían su suspensión. El presidente del COI por aquel entonces, Avery Brundage, afirmó que un acto terrorista no podía condicionar el desarrollo de unos Juegos Olímpicos. Al día siguiente se ofició un homenaje a los fallecidos, donde asistieron 80.000 espectadores, con la bandera olímpica y las de todas las naciones, excepto los países árabes, ondeando a media asta. En su discurso, el presidente del COI, incomprensiblemente, no hizo referencia alguna a los atentados.
El equipo de Israel abandonó los Juegos ese mismo día, al igual que Egipto, Filipinas o Argelia, entre fuertes medidas de seguridad. Tan sólo cuatro días después de la masacre, la fuerza aérea israelí bombardeó las bases de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Siria y Líbano, ataque que fue reprobado por el Consejo de Seguridad de la ONU. La primera ministra Golda Meir afirmó que el daño a su país no quedaría impune y dio orden directa al servicio secreto israelí, el Mossad, de matar a todas las personas que hubieran estado implicadas en la matanza de Múnich. A esta operación se la conoció como Cólera de Dios. Meir se reunió con los familiares de los atletas israelíes para explicarles su plan. Muchos de ellos admitieron que la venganza no traería a sus familiares de vuelta.
- Moshe Weinberg (entrenador de lucha libre)
- Yossef Romano (halterofilista)
- Ze'ev Friedman (halterofilista)
- David Berger (halterofilista)
- Yakov Springer (juez de pesas)
- Eliezer Halfin (luchador)
- Yossef Gutfreund (árbitro de lucha libre)
- Kehat Shorr (entrenador de tiro)
- Mark Slavin (luchador)
- Andre Spitzer (entrenador de esgrima)
- Amitzur Shapira (entrenador de atletismo)
- Anton Fliegerbauer (oficial alemán de la policía de lucha contra el terrorismo)
- Piloto de Helicóptero Alemán
El 29 de octubre de 1972, en medio de la enérgica respuesta judía, un comando de Septiembre Negrosecuestró un avión y amenazó con destruirlo si no se liberaba a los tres presos de las cárceles alemanas. Las autoridades teutonas accedieron, temerosas de otra masacre. Durante 7 años, el servicio de inteligencia israelí se dedicó a acabar, uno por uno, con todos los implicados, acribillándolos a balazos o mediante bombas lapa. En 1973, en Lillehamer (Noruega), mataron a un joven marroquí al que confundieron con Ali Hasan Salameh, un miembro del Septiembre Negro. Los agentes del Mossad fueron procesados y encarcelados. Salameh fue asesinado seis años más tarde. Solo uno de los cerebros de la operación escaparía al acecho del servicio secreto. Fue Abu Dauoud, que murió en el año 2010 por una insuficiencia renal.
Ojalá nunca más el deporte se vuelva a manchar de sangre.
SHALOM PEACE PAZ ﻢﻼﺳ SALAM PACE BAKEA PAU
PAIX FRIEDEN MIRE HEIWA MIR HUDO HAU VREDE
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