martes, 5 de febrero de 2013

Canto a la Argentina de Rubén Darío (1914)


                                  





                                 
¡ARGENTINA! ¡Argentina!

¡Argentina! El sonoro

viento arrebata la gran voz de oro.

Ase la fuerte diestra la bocina,

y el pulmón fuerte, bajo los cristales

del azul, que han vibrado,

lanza el grito: Oíd, mortales,

oíd el grito sagrado.




Oíd el grito que va por la floresta

de mástiles que cubre el ancho estuario,

e invade el mar; sobre la enorme fiesta

de las fábricas trémulas, de vida;

sobre las torres de la urbe henchida;

sobre el extraordinario

tumulto de metales y de lumbres

activos; sobre el cósmico portento

de obra y de pensamiento

que arde en las poliglotas muchedumbres;

sobre el construir, sobre el bregar, sobre el soñar,

sobre la blanca sierra,

sobre la extensa tierra,

sobre la vasta mar.



¡Argentina, región de la aurora!

¡Oh, tierra abierta al sediento

de libertad y de vida,

dinámica y creadora!

¡Oh barca augusta, de prora

triunfante, de doradas velas!

De allá de la bruma infinita,

alzando la palma que agita,

te saluda el divo Cristóbal,

príncipe de las Carabelas.



Te abriste como una granada,

como una ubre te henchiste,

como una espiga te erguiste

a toda raza congojada,

a toda humanidad triste,

a los errabundos y parias

que bajo nubes contrarias

van en busca del buen trabajo,

del buen comer, del buen dormir,

del techo para descansar.

y ver a los niños reír,

bajo el cual se sueña y bajo

el cual se piensa morir.



¡Éxodos! ¡Éxodos! Rebaños

de hombres, rebaños de gentes

que teméis los días huraños,

que tenéis sed sin hallar fuentes,

y hambre sin el pan deseado,

y amáis la labor que germina.

Los éxodos os han salvado:

¡Hay en la tierra una Argentina!

He aquí la región del Dorado,

he aquí el paraíso terrestre,

he aquí la ventura esperada,

he aquí el Vellocino de Oro.

he aquí Canaán la preñada,

la Atlántida resucitada;

he aquí los campos del Toro

y del Becerro simbólicos;

he aquí el existir que en sueños

miraron los melancólicos,

los clamorosos, los dolientes

poetas y visionarios

que en sus olimpos o calvarios

amaron a todas las gentes.



He aquí el gran Dios desconocido

que todos los dioses abarca.

Tiene su templo en el espacio;

tiene su gazofilacio

en la negra carne del mundo.

Aquí está la mar que no amarga,

aquí está el Sahara fecundo,

aquí se confunde el tropel

de los que a lo infinito tienden,

y se edifica la Babel

en donde todos se comprenden.



Tú, el hombre de las estepas,

sonámbulo de sufrimiento,

nacido ilota y hambriento,

al fuego del odio huido,

hombre que estabas dormido

bajo una tapa de plomo,

hombre de las nieves del zar,

mira al cielo azul, canta, piensa;

mujik redento, escucha cómo

en tu rancho, en la pampa inmensa,

murmura alegre el samovar.



¡Cantad, judíos de la pampa!

Mocetones de ruda estampa,

dulces Rebecas de ojos francos,

Rubenes de largas guedejas,

patriarcas de cabellos blancos,

y espesos como hípicas crines;

cantad, cantad, Saras viejas

y adolescentes Benjamines,

con voz de vuestro corazón:

¡Hemos encontrado a Sión!



Hombres de Emilia y los del agro

romano, ligures, hijos

de la tierra del milagro

partenopeo, hijos todos

de Italia, sacra a las gentes,

familia que sois descendientes

de quienes vieron errantes

a los olímpicos dioses

de los antaños, amadores

de danzas gozosas y flores

purpúreas y del divino

dón de la sangre del vino;

hallasteis un nuevo hechizo,

hallasteis otras estrellas,

encontrasteis prados en donde

se siembra, espiga y barbecha,

se canta en la fiesta del grano

y hay un gran sol soberano,

como el de Italia y de Jonia

que en oro el terruño convierte:

el enemigo de la muerte

sus urnas vitales vierte

en el seno de la colonia.



Hombres de España poliforme,

finos andaluces sonoros,

amantes de zambras y toros,

astures que entre peñascos,

aprendisteis a amar la augusta

Libertad, elásticos vascos

como hechos de antiguas raíces,

raza heroica, raza robusta,

rudos brazos y altas cervices,

hijos de Castilla la noble

rica de hazañas ancestrales;

firmes gallegos de roble;

catalanes y levantinos

que heredasteis los inmortales

fuegos de hogares latinos;

iberos de la península

que las huellas del paso de Hércules

visteis en el suelo natal:

¡he aquí la fragante campaña

en donde crear otra España

en la Argentina universal!



¡Helvéticos! La nación nueva

ama el canto del libre. ¡Dad

al pampero, que el trueno lleva,

vuestros cantos de libertad!

El Sol de Mayo os ilumina.

Como en la patria natal

veréis el blancor que culmina

allá donde en la tierra austral

erige una Suiza argentina

sus ventisqueros de cristal.



Llegad, hijos de la astral Francia:

hallaréis en estas campiñas

entre los triunfos de la estancia

las guirnaldas de vuestras viñas.

Hijos del gallo de Galia

cual los de la loba de Italia

placen al cóndor magnífico,

que ebrio de celeste azur

abre sus alas en el sur

desde el Atlántico al Pacífico.



Vástagos de hunos y de godos,

ciudadanos del orbe todos,

cosmopolitas caballeros

que antes fuisteis conquistadores.

piratas y aventureros,

reyes en el mar y en el viento,

argonautas de lo posible,

destructores de lo imposible,

pioneers de la Voluntad:

he aquí el país de la armonía,

el campo abierto a la energía

de todos los hombres. ¡Llegad!



Os espera el reino oloroso

al trébol que pisa el ganado,

océano de tierra sagrado

al agricultor laborioso

que rige el timón del arado.

¡La pampa! La estepa sin nieve,

el desierto sin sed cruenta,

en donde benéfico llueve

riego fecundador que aumenta

las demetéricas savias.

Bella de honda poesía,

suave de inmensidad serena,

de extensa melancolía

y de grave silencio plena;

o bajo el escudo del sol

y la gracia matutina,

sonora de la pastoral

diana de cuerno, caracol

y tuba de la vacada;

o del grito de la triunfal

máquina de la ferro-vía;

o del volar del automóvil

que pasa quemando leguas,

o de las voces del gauchaje,

o del resonar salvaje

del tropel de potros y yeguas.



¡La pampa! Inmolad un corcel

a Hiperión el radiante,

cual canta un dueño del laurel

del Lacio. ¡La pampa fragante!

En la extendida luz del llano

flotaba un ambiente eficaz.

Al forastero, el pampeano

ofreció la tierra feraz;

el gaucho de broncínea faz

encendió su fogón de hermano,

y fue el mate de mano en mano

como el calumet de la paz.



¡Oh, cómo, cisne de Sulmona,

brindaras allí nuevos fastos,

celebrarías nuevos ritos

y ceñirías la corona

lírica por los campos vastos

y los sembrados infinitos!

Otros Evandros de América

juntarán arcádicos lauros

mientras van en fuga quimérica

otros tropeles de centauros.



Animará la virgen tierra

la sangre de los finos brutos

que da la pecuaria Inglaterra;

irán cargados de tributos

los pesados carros férreos

que arrastran candentes y humeantes

los aulladores elefantes

de locomotoras veloces;

segarán las mieses las hoces

de artefactos casi vivientes;

habrá montañas de simientes;

como en litúrgico aparato

se herirán miles de testuces

en las hecatombes bovinas;

y junto al bullicio del hato,

semejantes a ondas marinas

irán las ondas de avestruces.

Pasarán los largos dragones

con sus caudas de vagones

por la extensión taciturna

en donde el árbol legendario

como un soñador solitario

da sus cabellos al pampero.

Y en la poesía nocturna,

surgirá del rancho primero

el espíritu del pasado

que a modo de luz vaga existe,

cuyo último vigor palpita

en el payador inspirado

que lanza el sollozo del triste

o el llanto de la vidalita.



¡Oh, Pampa! ¡Oh, entraña robusta,

mina del oro supremo!

He aquí que se vio la augusta

resurrección de Triptolemo.

En maternal continente

una república ingente

crea el granero del orbe,

y sangre universal absorbe

para dar vida al orbe entero.

De ese inexhausto granero

saldrán las hostias del mañana;

el hambre será, si no vana,

menos multiplicada y fuerte,

y será el paso de la muerte

menos cruel con la especie humana.



¡Argentina! Tu ser no abriga

la riqueza tentacular

que a Europa finesecular

incubó la Furia enemiga.

Y si oyes un día explotar

el trágico odio del iluso,

regando ciega desventura,

es que Ananké la bomba puso

en la mano de la Locura.

¡Deméter, tu magia prolífica

del esfuerzo por la bondad

envíe la hostia pacífica

a la boca de la ciudad!



Se agita la urbe, se alza

la Metrópoli reina, viste

el regio manto, se calza

de oro, tiarada de azur

yergue la testa imperiosa

de Basilea del Sur;

es la fecunda, la copiosa,

la bizarra, grande entre grandes;

la que el gran Cristo de los Andes

bendice, y saluda de lejos

entre los vívidos reflejos

del luminar que la corona,

la Libertad anglo-sajona.

Saluda a la Urbe argentina

el Garibaldi romano,

cabalgante en su colina,

en nombre de Roma materna,

vestida de su memoria

y como su decoro eterna.

La saluda Londres que empuña

el gran Tridente de acero

por dominar el mar entero.

La saluda Berlín casqueada

y con égida y espada

como una Minerva bélica.

Y Nueva York la babélica,

y Melbourne la oceánica,

y las viejas villas asiáticas,

y presididas por Lutecia,

todas las hermanas latinas

y hermanas por la libertad.

La saluda toda urbe viva

en donde creyente y activa

va al porvenir la Humanidad.

¡Buenos Aires! Es tu fiesta.

Sentada estás en el solio;

el himno desde la floresta

hasta el colosal Capitolio

tiende sus mil plumas de aurora.

Flora propia te decora,

mirada universal te mira.

En tu homenaje pasar veo

a Mercurio y su caduceo,

al rey Apolo y la lira.



Es la fiesta del Centenario.

El Plata, padre extraordinario,

más que del Tíber y el Sena,

más que del Támesis rubio,

más que del azul Danubio

y que del Ganges indiano,

es el misterioso hermano

del Tigris y Éufrates bíblicos,

pues junto a él han de surgir

los adanes del porvenir.

Cual por llamamientos cíclicos,

Argentina, solar de hermanos,

diste por virtuales leyes

hogar a todos los humanos,

templos a todas las greyes,

cetro a todos los soberanos

que decoran sus propias frentes,

que se coronan por sus manos

con kohinoores y regentes

tallados en sus almas propias,

vertedores de cornucopias,

emperadores de simientes,

césares de la labor,

multiplicadores de pan,

más potentes que Gengis-Khan

y que Nabucodonosor.



Se erizaron de chimeneas

los docks; a los puertos flamantes

llegaron músculos e ideas

que enviaban los pueblos distantes.

Se rasparon viejas carcomas,

se redujeron a pedazos

falsos ídolos, armas romas,

e impusieron sus firmes lazos

la fraternidad de los brazos,

la transmisión de los idiomas.

Para dar las gracias a Dios

guarda la ciudad liberal

las naves de su catedral.

Y se verán construidos los

muros de las iglesias todas,

todas igualmente benditas,

las sinagogas, las mezquitas,

las capillas y las pagodas.

Y en la floración eclesiástica,

los que buscan luz en la sombra,

por la media luna o la suástica,

o por la tora, o por la cruz,

irán al Dios que no se nombra

y hallarán en la sombra luz.



Tráfagos, fuerzas urbanas,

trajín de hierro y fragores,

veloz, acerado hipogrifo,

rosales eléctricos, flores

miliunanochescas, pompas

babilónicas, timbres, trompas,

paso de ruedas y yuntas,

voz de domésticos pianos,

hondos rumores humanos,

clamor de voces conjuntas,

pregón, llamada, todo vibra,

pulsación de una tensa fibra,

sensación de un foco vital,

como el latir del corazón

o como la respiración

del pecho de la capital.



¡Que vuestro himno soberbio vibre,

hombres libres en tierra libre!

Nietos de los conquistadores,

renovada sangre de España.

transfundida sangre de Italia,

o de Germania, o de Vasconia,

o venidos de la entraña

de Francia, o de la Gran Bretaña,

vida de la Policolonia,

savia de la patria presente,

de la nueva Europa que augura

más grande Argentina futura.

¡Salud, patria, que eres también mía,

puesto que eres de la humanidad:

salud, en nombre de la Poesía,

salud en nombre de la Libertad!



¡El himno, nobles ancianos!

¡El himno, varones robustos!

Pueriles coros escolares,

¡el himno! Llevad en las manos

palmas, coronad los bustos

de los patricios; a millares

dad flores a los monumentos.

El himno en los instrumentos

de armónicas bandas bélicas

que animan las fiestas pacíficas.

El himno en las bocas angélicas

de las gallardas mujeres,

de las matronas prolíficas,

de las parecidas a Ceres,

de las a Diana asemejadas,

las esposas y las amadas.

El himno en la egregia ciudad

y en el inmenso imperio agrario

anuncie el victorioso día,

y vierta su sonoridad

como una copa de armonía

en la fiesta del Centenario.



¡Saludemos las sombras épicas

de los hispanos capitanes,

de los orgullosos virreyes,

de América en los huracanes

águilas bravas de las gestas

o gerifaltes de los reyes;

duros pechos, barbadas testas

y fina espada de Toledo:

capellán, soldado sin miedo,

don Nuño, don Pedro, don Gil,

crucifijo, cogulla, estola,

marinero, alcalde, alguacil,

tricornio, casaca y pistola,

y la vieja vida española!



¡Y gloria! ¡Gloria a los patricios,

bordeadores de precipicios

y escaladores de montañas,

como el abuelo secular

que, fatigado de triunfar

y cansado de padecer,

se fue a morir de cara al mar,

lejos, allá en Boulogne-sur-Mer!



¡Héroes de la guerra gaucha,

lanceros, infantes, soldados

todos, héroes mil consagrados,

centauros de fábula cierta,

sacrificados del terruño,

granaderos el rayo al puño,

locos de gloria, despierta

al sol la mente! La Fama

a todos ilustres proclama,

sus hechos ínclitos nombra,

constela con ellos la sombra

y forma un halo en el azur,

a la dantesca Cruz del Sur.

Así la sideral retórica

de las odas y de las águilas

va en sublimes hipérboles

a ofrendar sus rítmicos dones

al gran Dios de las naciones.

¡Por todo, el himno! La expresión

del colosal corazón

de esa patria palpitante:

la nieve de la cordillera

y el azul forman la bandera

que sostiene un brazo de Atlante.

La Argentina de fuertes pechos

confía en su seno fecundo

y ofrece hogares y derechos

a los ciudadanos del mundo.



¡Oh, Sol! ¡Oh, padre teogónico!

¡Sol simbólico que irradias

en el pabellón! Salomónico

y helénico, lumbre de Arcadias,

mítico, incásico, mágico!

¡Foibos triunfante en el trágico

vencimiento de las sombras;

Tabú y Tótem del abismo!

¡Oh, Sol! que inspiras y asombras,

que perdure tu portento

que el orbe todo ilumina

tal como en el firmamento

desde la enseña argentina.

Y con la lluvia sagrada

y con el aire propicio,

brinda a la tierra labrada

en el rural ejercicio

plurales savias y fragancias

y el dón de matriz y de ubre

que de cosechas pingües cubre

los edenes de las estancias.

Ilumina el advenimiento

del creciente pensamiento

que crea el caudal en la banca,

o en el taller la estatua blanca

que decora el monumento.

Al lírico que el verso arranca

del corazón del instrumento.

A los que un Píndaro diera,

por los olímpicos juegos,

por el salto, por la carrera

la oda cara a los griegos,

que se cerniría sonora

sobre el aquilino aeroplano

que es grifo, pegaso y quimera;

sobre el remero que evoca

haciendo volar la prora

los de la pristina galera;

sobre los que en lucha loca

disputan la elástica esfera;

sobre las sudosas frentes

de los sanos adolescentes.

Ilumina el casco griego

que cubre la cabeza altiva

de los combatientes del fuego;

vierte tu luz genitiva

sobre las mil procesiones

que arbolan sus estandartes

y cantan en sus canciones

la paz, la dicha y las artes.

Van los magistrados egregios,

van las espadas relumbrosas,

van las pompas y lujos regios,

van las niñas de los colegios

como lirios y como rosas.

¡Sonad, oh claros clarines,

sonad tambores guerreros,

en el milagroso escenario;

los nombres de los paladines,

nombres oros, nombres aceros,

se oyen en vuestros sones fieros

en la fiesta del Centenario!

Viento de amor en la floresta

cívica pasa. Es la fiesta

de las guirnaldas de fe,

de los ramos de esperanza,

de los mirtos de amor y de

los olivos de bonanza.

Hojas de roble, hojas de hiedra,

para el fundador de ciudades,

que puso la primera piedra,

que unificó las voluntades,

que dedicara las vigilias,

que consagrara los dineros,

al colmenar de los obreros

y a los nidos de las familias.



Conspicuas guirnaldas de gloria

a aquellos antiguos que hacen

de bronce y de mármol la historia.

Hoy los abuelos renacen

en la floración de los nietos.

Por sublimes amuletos

lo antes soñado ahora existe,

y la Argentina reviste

su presente manto suntuario

y piensa en los brillos futuros

en la fiesta del Centenario.

Ahora es cuando los videntes

de los porvenires obscuros

miran las estrellas polares,

e interpretando los orientes

cantan cármenes seculares.

Hoy los cuatro caballos sacros

las fogosas narices hinchan,

como en versos y simulacros,

huellan nubes, al sol relinchan,

y a un más allá se encaminan

marcando el cielo de huellas;

mientras otros astros declinan

ellos van entre las estrellas

por obra de la ley eterna

que el ritmo del orbe gobierna.

Ante la cuadriga que crina

de orgullos de olimpo su llama,

voz de augurio animador clama:

¡Hay en la tierra una Argentina!



Diré la beldad y la gracia

de la mujer. Así cual

por singular eficacia

el buen jardinero acierta

a crear en su arte vegetal

por lo que combina e injerta,

por lo que reparte o resume.

inédito tipo de rosas,

de crisantemos o jacintos,

con raros aspecto y perfume,

con corolas esplendorosas,

con formas y tonos distintos,

así la mujer argentina

con savias diversas creada,

espléndida flor animada,

esplende, perfuma y culmina.



Talle de vals es de Viena,

ojo morisco es de España,

crespa y espesa pestaña

es de latina sirena;

de Britania será esa piel

cual la de la pulpa del lis

y que se sonrosa en el

rostro angélico de la miss;

esa ondulante elegancia

es de la estelar París,

y esa luminosa fragancia

de las entrañas del país.

Concentración de hechizos varios,

mezcla de esencias y vigores,

nórdico oro, mármoles patios,

algo de la perla y del lirio,

música plástica, visión

del más encantador martirio,

voluptuosidad, ilusión,

placidez que todo mitiga,

o pasión que todo lo arrolla,

leona amante o dulce enemiga,

tal la triunfante Venus criolla.



Se tejerán frescas coronas

en recuerdo de las patricias

que fueron como las matronas

de Roma, como las mujeres

de Esparta. Las que son delicias

y ensueños de las moradas,

cumplirán filiales deberes

con las genitoras pasadas;

y recordándolas a ellas,

siendo las amadas y esposas

llenarán radiantes y bellas

la obligación de las estrellas

y la misión de las rosas.



Diré de la generación

en flor, de las almas flamantes,

primavera e iniciación;

de vosotros, oh estudiantes,

empenachados de ilusión

y acorazados de audacia,

que tendéis vuestras almas plenas

de amor, de fuerza y de gracia,

al divino Platón de Atenas

o al celeste Orfeo de Tracia,

a la Verdad o a la Armonía,

al Cálculo o al Ensueño,

firmes de ardor, vivos de empeño,

robustos de confianza propia

y a quienes es justo que ceda

la fugaz Fortuna su rueda,

la Abundancia su cornucopia;

vosotros que sabéis por qué

abre Pegaso las alas

y hay misterio en la lumbre de

los ojos del búho de Palas,

sed cantados y bendecidos.

Estad atentos a los ruidos

que preceden la alba naciente,

estad atentos a los nidos

que se incuban en el presente,

a lo que vendrá y que se anuncia,

en la palabra que pronuncia

vuestra boca. El grito sagrado

para vosotros resuena

como pitagórico verso,

clamad así ante el universo:

¡Ave, Argentina, vita plena!

¡Jóvenes, frentes para lauros,

brazos para amantes abrazos,

pero también gímnicos brazos

para hidras y minotauros;

infantes de mundial estirpe,

que vuestra voluntad extirpe

falso anhelo, odio victimario,

y en el patriótico sagrario

dejéis como ofrendas de aristos

ansias de Perseos o Cristos

en la fiesta del Centenario!



Cuando el carro de Apolo pasa

una sombra lírica llega

junto a la cuadriga de brasa

de la divinidad griega.

Y se oyen como vagos aires

que acarician a Buenos Aires:

es el alma de Santos Vega.

El gaucho tendrá su parte

en los jubileos futuros,

pues sus viejos cantares puros

entrarán en el reino del Arte.

Se sabrá por siempre jamás

que, en la payada de los dos,

el vencido fue Satanás

y Vega el payador de Dios.

Cantaré del primer navío

que velivolante saliera

desde las aguas del Río

de la Plata con la bandera

bicolor al mástil gallardo.

Recordad al nauta que vino

de Saint-Tropez, a Buchardo,

el capitán franco-argentino,

hábil sobre las marejadas,

bajo las tormentas ufano

y a todos sus camaradas

que fueron por el oceano,

denodados predecesores

de los que hoy en acorazadas

naves portan a sol y bruma

los dos simbólicos colores

flameantes sobre la espuma.

Bien vayan torres y palacios

erizados de cañones

suprimiendo tiempo y espacios

a visitar a las naciones,

pero no por guerra voraz,

productora de luto y llanto,

mas diciendo como en el canto

del italiano: ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz!

Heroica nación bendecida,

ármate para defenderte;

sé centinela de Vida

y no ayudante de la Muerte.

Que tus máquinas de hierro

y que las bruñidas bocas

cruentas no alegren al perro

negro avernal. Que tu lanza,

cual la libertad que invocas,

garantía a tu pueblo sea;

que tu casco abrigue la Idea,

sabiduría y esperanza,

como el de Palas Atenea.



¡Salgan y lleguen en buen hora,

dominando los elementos,

las velas que el marino adora,

y los steamers humeantes

que conducen los alimentos,

la carga de los fabricantes,

los ejércitos de emigrantes,

el designio, el brazo que va

a arar, sembrar y producir

en el latifundio, en el pago,

partan las naves de Cartago

y arriben las naves de Ofir!

¡Y bien se escuche en las funciones

de conmemoración el trueno

de las salvas de los cañones

del mar, conmoviendo el estuario

de hímnicas vibraciones lleno

en la fiesta del Centenario!



¡Gloria a América prepotente!

Su alto destino se siente

por la continental balanza

que tiene por fiel el istmo:

los dos platos del continente

ponen su caudal de esperanza

ante el gran Dios sobre el abismo.

¿Y por quién sino por tu gloria,

oh, Libertad, tanto prodigio?

Águila, Sol y Gorro Frigio

llenan la americana historia.

Y en lo infinito ha resonado,

júbilo de la humanidad,

repetido el grito sagrado:

¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!

Antes que Ceres fue Mavorte

el triunfador continental.

Sangre bebió el suelo del Norte

como el suelo Meridional.

Tal a los siglos fue preciso.

Para ir hacia lo venidero,

para hacer, si no el paraíso,

la casa feliz del obrero

en la plenitud ciudadana,

vínculo íntimo eslabona

e ímpetu exterior hermana

a la raza anglo-sajona

con la latino-americana.

Proles múltiples, muchedumbres,

tupidas colmenas de hombres,

transformadoras de costumbres,

con nuevos valores y nombres

en vosotras está la suma

de fuerza en que América finca;

fuisteis presentida del inca;

os adivinó Moctezuma.

En este día supremo:

¡Excélsior!, se oye en un extremo;

en el otro se oye: ¡Adelante!

¡Glorificado el instante

en que resurge Triptolemo!

América que la dicha encierra

vivirá del sol y la tierra;

y hoy la tierra, pánico incensario,

encendido por el destino,

perfuma el día argentino

en la fiesta del Centenario.



A las evocaciones clásicas

despiertan los dioses autóctonos,

los de los altares pretéritos

de Copán, Palenque, Tihuanaco,

por donde quizá pasaran

en lo lejano de tiempos

y epopeyas Pan y Baco.

Y en lo primordial poético

todo lo posible épico,

todo lo mítico posible

de mahabaratas y génesis,

lo fabuloso y lo terrible

que está en lo ilimitado y quieto

del impenetrable secreto.



Cantaré la paz sobre todo.

Huya el demonio perverso,

huya el demonio beodo

que incendia en mal al universo;

desaparezcan las furias

que con sangre de los ejércitos

empurpuraron las centurias;

que no más rujan los tigres

marciales sino de alegría,

y que a la paz se alce un templo

como aquel que dando un ejemplo

insigne Augusto romano

ordenara elevar un día.

El industrioso ciudadano

el ramo de olivo venere;

que tenga sus armas listas,

no para inhumanas conquistas,

mas para defender su tierra

donde por la patria se muere.



¡Guerra, pues, tan sólo a la guerra!

Paz, para que el pensamiento

domine el globo, y vaya luego,

cual bíblico carro de fuego,

de firmamento en firmamento.

¡Paz para los creadores,

descubridores, inventores,

rebuscadores de verdad;

paz a los poetas de Dios,

paz a los activos y a los

hombres de buena voluntad!

En paz la hora renaciente,

continua y poliformemente,

el movimiento y no la inercia,

legiones dueñas de sus actos,

gente que osa, que comercia,

multiplica los artefactos,

combate la escasez, la negra

miseria y pasa sus revistas

a las usinas y talleres;

y sus horas áureas alegra

con la invención de los artistas

y la beldad de las mujeres.

¿A qué los crueles filósofos?

¿A qué los falsos crisóstomos

de la inquina y de la blasfemia?

¡Al pueblo que busca ideal

ofrezca una nueva academia

sus enseñanzas contra el mal,

su filosofía de luz;

que no más el odio emponzoñe,

y un ramaje de paz retoñe

del madero de la cruz!



¡Argentina! El cantor ha oteado

desde la alta región tu futuro.

Y vio en lo inmemorial del pasado

las metrópolis reinas que fueron,

las que por Dios malditas cayeron

en instante pestífero; el muro

que crujió remordido de llamas

la hervorosa Persépolis, Tiro,

la imperial Babilonia que aun brama,

y las urbes que vieron a Ciro,

a Alejandro, y a todos los fuertes

que escoltaron victorias y muertes.

Y miró a Bizancio y a Atenas,

y a la que, domadora del mundo,

siendo Lupa indomable, fue Roma.

Y vio tronos, suplicios, cadenas,

y con tiaras a tigres y hienas.

Y cien más capitales precitas

donde el hombre fue ciego a la vasta

Libertad, donde fueron escritas

terroríficas y duras leyes,

contra tribus y pueblos y casta,

o las leyes fueron voluntades;

y a través de tragedias y gestas,

derrumbáronse tronos y reyes,

o se hicieron ceniza ciudades

por ensalmos de frases funestas.

Y después otros siglos y luchas,

otra vez lo que arrasa y escombra,

muchos reinos que surgen y muchas

vanidades que caen en la sombra

infinita. Mane, Thecel, Phares.

Y el poeta miró un astro eterno

sobre ruinas y tierras y mares,

que alumbraba con su claridad

nuevos cultos, cultura y gobierno,

y a su brillo quedó deslumbrado:

era el astro de la Libertad.

Argentinos, la inmortal estrella

a vosotros simbólica es Sol;

las naciones son grandes por ella;

lo sabía el abuelo español.

Dad a todas las almas abrigo,

sed nación de naciones hermana,

convidad a la fiesta del trigo,

al domingo del lino y la lana

thanks-giving, yon kipour, romería,

la confraternidad de destinos.

la confraternidad de oraciones,

la confraternidad de canciones,

bajo los colores argentinos.



Argentina, el día que te vistes

de gala, en que brillan tus calles

y no hay aspectos ni almas tristes

en alturas, pampas y valles;

el día en que desde tus fuertes,

tus cruceros y tus cuarteles

salvas lanzas, música viertes

entre las palmas y laureles,

visitada por los príncipes

de reinos y tierras lejanas

y mensajeros de repúblicas.

son las patrias americanas

las que más comparten tu júbilo.

Son las próximas hermanas

las que te proclaman primera

en el decoro familiar,

después de heroica y guerrera,

hospitalaria y maternal.

Argentina tiarada de ónice

y de mármol, se puede ver

cuál luce sobre tu frente

el diamante refulgente

de las alturas, Lucifer:

pues eres la aurora de América.

Magnifícase tu apoteosis,

regazo de múltiples climas,

preferida del nuevo siglo,

y en sus cláusulas y en sus rimas

te profetizan tus profetas

y te poetizan tus poetas.

Crece el tesoro año por año,

mientras prosigues las tareas

de las por Dios suspendidas

civilizaciones de antaño;

encarnas, produces, creas

cerebro para otras ideas,

útero para nuevas vidas.

Tus hijos llevarán en sí,

por su sangre, el hierro y rubí

de los cuatro puntos del globo.

Concentración de los varones

de vedas, biblias y coranes,

en el colmo de sus afanes,

en el logro de sus acciones,

tu floración de flotaciones

tendrá un perfume latino.

En el primitivo crisol,

Roma influyó en tu destino,

cuando a través del español

puso su enérgico metal.

Y sus históricas llamas

animarán genios y famas

al argentino Arco Triunfal.



¡Y yo, por fin, qué he de decirte,

en voto cordial, Argentina!

Que tu bajel no encuentre sirte,

que sea inexhausta tu mina,

inacabables tus rebaños

y que los pueblos extraños

coman el pan de tu harina.

¡Cómalo yo en postreros años

de mi carrera peregrina,

sintiendo las brisas del Plata!

Que libre de hambre y peste

por tus tesoros y tu ciencia,

jamás enemigas huestes

te combatan. Tu preeminencia

sea siempre mayor, y homérica

voz de tu genio viril

por ti diga el triunfo de América.



Y mi inspiradora, alumna

del Musagetes, al viento

las alas, mi pensamiento

florido da a la columna,

riega junto al monumento;

y en lo solemne del coro,

del himno el acento canoro

une mi amor y mi acento:

¡Argentina tu día ha llegado!

¡Buenos Aires, amada ciudad,

el Pegaso de estrellas herrado

sobre ti vuela en vuelo inspirado!

Oíd, mortales, el grito sagrado:

¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!